marcos-3UNA HISTORIA ARRIBA  DE LOS RIELES

Como escenario de encuentros y separaciones, o como punto de partida para tomar otros rumbos, las estaciones de trenes hoy olvidadas y sólo recordadas como atmósfera de películas, albergan historias de diferentes lugares que se han ido convirtiendo en parte de la cultura de muchos países y ciudades, de esta manera lo retrata Marcos Inzunza, ferroviario en los años mozos de la estación de trenes de la ciudad de Valdivia.

Marcos Inzunza nació el 27 de septiembre de 1920, hoy con 95 años nos relata junto a su hija Sonia Inzunza sus inicios en esta profesión, la cual recuerda con mucho cariño y respeto. Sus primeros estudios estuvieron orientados al área de la administración, los cuales realizó en Chile y parte en Argentina, de esta forma llegó a trabajar en la sección administrativa de ferrocarriles en la ciudad de Valdivia, pero fue tanto su amor hacia los trenes que dejó de lado el papeleo y al poco tiempo se cambió a la sección de tracción y maestranza.

«Comencé a trabajar el 14 de abril de 1938 en ferrocarriles, primero en el área administrativa y luego en tracción y maestranza. Siempre me gustaron los trenes, realicé exámenes y salí con 91 puntos, puntaje máximo que me permitió ingresar tras mucho esfuerzo y estudio a la carrera que yo anhelaba. Primero limpiando la locomotora, después de fogonero, ayudante, hasta el máximo cargo de maquinista».

Marcos recuerda con nostalgia la estación que en algún momento fue la puerta de entrada de la ciudad, la que hoy en día la modernidad ha dejado en el olvido. «Hace poco fui a la estación de trenes; ya no queda nada, sólo ruinas, tanto tiempo trabajando ahí y ahora hasta yo ando perdido en esos lugares. Diez años viajando a diferentes destinos: Antilhue, Valdivia, Talcahuano, Parral, Osorno, Puerto Montt, teníamos rutas por todas partes e historias que se han ido perdiendo».

La locomotora 620: El Valdiviano

El tren aún nos traslada a un escenario romántico y nostálgico, es la metáfora del amor que no volverá, o el escape a una vida llena de aventura. Su funcionamiento va de la mano con la melancolía, por esta razón desde hace más de cinco años el tren «El Valdiviano» recorre todos los domingos de enero y febrero 28 kilómetros que unen el poblado de Antilhue con la ciudad de Valdivia.

Este ferrocarril, mejor conocido como la locomotora a vapor número 620, es monumento nacional y fue la última locomotora a vapor que se usó en la red sur, y que Marcos tuvo la fortuna de manejar.

Sonia Inzunza acompaña a su padre en su relato y al igual que él se puede escuchar el cariño y la añoranza de épocas pasadas. «El tren también tenía su romanticismo, por ejemplo cuando uno se despedía el ruido de la locomotora, el clásico sonido del silbato al iniciar el viaje invitaba a que la gente corriera detrás del tren con sus pañuelos blancos. Había gente que llegaba atrasada a tomar el tren y corría para poder alcanzarlo, algo peligroso pero son anécdotas que uno recuerda», menciona Sonia.

Otros de los recuerdos clásicos de los viajes en tren eran su segmentación por «clases». «Las infraestructuras de los vagones eran modernos y se caracterizaban por clases: primera, segunda y tercera. Existía un comedor, una especie de restaurant donde quien quisiera podía ir y servirse algo, este espacio era en general para la primera clases, pues lo tradicional de los trenes era que la segunda o tercera clase, en cuanto se subían sacaban su cocaví y comenzaban a comer», así lo recuerda Sonia.
Marcos agrega que «eran aproximadamente 12 vagones donde entraban alrededor de 80 personas en cada uno; los pasajes no eran tan caros porque el estado subsidiaba, estaban al alcance de cualquier persona y además existía precios por clases. En la primera clase los asientos eran de cuero muy cómodos, en la segunda eran de madera y pedacitos de cuero donde uno se sentaba y apoyabas la espalda; y la tercera era completamente de madera, pero ellos lo pasaban mejor, viajaban con sus perros, bailando, comiendo y cantando».

Los viajes en aquella época eran mucho más largos que hoy, Marcos nos cuenta que varias veces debió cocinar para quienes trabajan junto a él. «Los viajes eran largos, tanto que nosotros cocinábamos en ollas de cobre y en vez de cocinar en el fuego cocinábamos en vapor; me las daba de cocinero, pero no sabía ni pelar una papa».
«El mano de seda»

Bombeos de la caldera a vapor para que la temperatura llegue al punto deseado, una bruma blanca invade el ambiente y un freno que casi no es percibido por sus pasajeros, Marcos Inzunza, conocido entre sus amigos como «el manos de seda» puesto que jamás frenó brusco en ninguno de sus viajes, hoy a sus 95 años tras muchos reconocimientos y una gran familia de siete hijos, dos de los cuales siguieron los pasos de su padre, cinco profesores de diferentes áreas, 13 nietos, 21 bisnietos y un tataranieto, Marcos se siente orgulloso de la profesión elegida y la gran familia que ha formado, siempre transmitiendo la constancia y el ímpetu para lograr lo que se desea.

Tras sus recuerdos hemos sentimos el placer de volver hacia un pasado que merece ser recordado por la nostalgia de miles de viajeros que utilizaron estos rieles para conocer un poco más allá. «Deberían hacer un pequeño museo para que la gente vea y sepa un poco de la historia del ferrocarril en Valdivia, tal vez ampliar los viajes a Antilhue, para que esto no quede en el olvido», agrega Marcos Inzunza.
Hoy, la modernidad nos indica que los viajes deben ser lo más cortos posibles y quizás los disfrutemos menos, pero siempre estarán los recuerdos que nos trasladarán al romanticismo del ferrocarril.